Hoy quiero hablar de los Universos,
de esos mundos que al dormir
al dejar el cuerpo placidamente
en la orilla, nos encaminamos,
tomando el timón del sueño.
En aquel lugar no existe el tiempo
y el cuerpo, materia,
es sólo la reminicensia
de lo que hemos sido,
una chispa que brilla,
un hilo que contiene los códigos
que hacen que funcionen algunos sistemas.
El sonido allí es un constante canto,
una melodía de mil arpas,
el trinar de pájaros alegres por la mañana;
yo brinco y brinco por entre las notas,
apareciendo y desapareciendo por la partitura
me convierto en el silencio.
Acaricio el sol y lo contengo en mi boca,
lo lanzo como una bola hacia el infinito,
vuelo usando como timón mi nariz,
nariz de nube,
de copo de nieve.
Al final decido caer a la tierra
en forma de lluvia,
besar a todos mis hermanos
y rozarles la piel,
alimentar a los árboles y a la tierra sedienta.
Decido caer sin prisa,
decido caer constante,
decido caer hasta dejar de ser nube
y regresar al cuerpo
al que cada mañana vuelvo
para estar de nuevo aquí,
luchando por cada día ser más
consciencia de que soy una y soy mil gotas,
de que soy todo y nada,
de que un día me uniré al sonido eterno y constante
que hace posible las conexiones de mis galaxias.
Un día seré consciente de todo.